Recordant Mario
Benedetti (14/09/1920 – 17/05/2009)
A imagen y semejanza
Era la última hormiga de la caravana, y no pudo seguir la ruta de sus
compañeras. Un terrón de azúcar había resbalado desde lo alto, quebrándose en
varios terroncitos. Uno de éstos le interceptaba el paso. Por un instante la
hormiga quedó inmóvil sobre el papel color crema. Luego, sus patitas delanteras
tantearon el terrón. Retrocedió, después se detuvo. Tomando sus patas traseras
como casi punto fijo de apoyo, dio una vuelta alrededor de sí misma en el
sentido de las agujas de un reloj. Sólo entonces se acercó de nuevo. Las patas
delanteras se estiraron, en un primer intento de alzar el azúcar, pero
fracasaron. Sin embargo, el rápido movimiento hizo que el terrón quedara mejor
situado para la operación de carga. Esta vez la hormiga acometió lateralmente su
objetivo, alzó el terrón y lo sostuvo sobre su cabeza. Por un instante pareció
vacilar, luego reinició el viaje, con un andar bastante más lento que el que
traía. Sus compañeras ya estaban lejos, fuera del papel, cerca del zócalo. La
hormiga se detuvo, exactamente en el punto en que la superficie por la que
marchaba, cambiaba de color. Las seis patas hollaron una N mayúscula y oscura.
Después de una momentánea detención, terminó por atravesarla. Ahora la
superficie era otra vez clara. De pronto el terrón resbaló sobre el papel,
partiéndose en dos. La hormiga hizo entonces un recorrido que incluyó una
detenida inspección de ambas porciones, y eligió la mayor. Cargó con ella, y
avanzó. En la ruta, hasta ese instante libre, apareció una colilla aplastada.
La bordeó lentamente, y cuando reapareció al otro lado del pucho, la superficie
se había vuelto nuevamente oscura porque en ese instante el tránsito de la
hormiga tenía lugar sobre una A. Hubo una leve corriente de aire, como si
alguien hubiera soplado. Hormiga y carga rodaron. Ahora el terrón se desarmó
por completo. La hormiga cayó sobre sus patas y emprendió una enloquecida
carrerita en círculo. Luego pareció tranquilizarse. Fue hacia uno de los granos
de azúcar que antes había formado parte del medio terrón, pero no lo cargó.
Cuando reinició su marcha no había perdido la ruta. Pasó rápidamente sobre una
D oscura, y al reingresar en la zona clara, otro obstáculo la detuvo. Era un
trocito de algo, un palito acaso tres veces más grande que ella misma. Retrocedió,
avanzó, tanteó el palito, se quedó inmóvil durante unos segundos. Luego empezó
la tarea de carga. Dos veces se resbaló el palito, pero al final quedó bien
afirmado, como una suerte de mástil inclinado. Al pasar sobre el área de la
segunda A oscura, el andar de la hormiga era casi triunfal. Sin embargo, no
había avanzado dos centímetros por la superficie clara del papel, cuando algo o
alguien movió aquella hoja y la hormiga rodó, más o menos replegada sobre sí
misma. Sólo pudo reincorporarse cuando llegó a la madera del piso. A cinco
centímetros estaba el palito. La hormiga avanzó hasta él, esta vez con
parsimonia, como midiendo cada séxtuple paso. Así y todo, llegó hasta su
objetivo, pero cuando estiraba las patas delanteras, de nuevo corrió el aire y
el palito rodó hasta detenerse diez centímetros más allá, semicaído en una de
las rendijas que separaban los tablones del piso. Uno de los extremos, sin
embargo, emergía hacia arriba. Para la hormiga, semejante posición representó
en cierto modo una facilidad, ya que pudo hacer un rodeo a fin de intentar la
operación desde un ángulo más favorable. Al cabo de medio minuto, la faena
estaba cumplida. La carga, otra vez alzada, estaba ahora en una posición más
cercana a la estricta horizontalidad. La hormiga reinició la marcha, sin
desviarse jamás de su ruta hacia el zócalo. Las otras hormigas, con sus
respectivos víveres, habían desaparecido por algún invisible agujero. Sobre la
madera, la hormiga avanzaba más lentamente que sobre el papel. Un nudo,
bastante rugoso de la tabla, significó una demora de más de un minuto. El
palito estuvo a punto de caer, pero un particular vaivén del cuerpo de la
hormiga aseguró su estabilidad. Dos centímetros más y un golpe resonó. Un golpe
aparentemente dado sobre el piso. Al igual que las otras, esa tabla vibró y la
hormiga dio un saltito involuntario, en el curso del cual, perdió su carga. El
palito quedó atravesado en el tablón contiguo. El trabajo siguiente fue cruzar
la hendidura, que en ese punto era bastante profunda. La hormiga se acercó al
borde, hizo un leve avance erizado de alertas, pero aún así se precipitó en
aquel abismo de centímetro y medio. Le llevó varios segundos rehacerse, escalar
el lado opuesto de la hendidura y reaparecer en la superficie del siguiente
tablón. Ahí estaba el palito. La hormiga estuvo un rato junto a él, sin otro
movimiento que un intermitente temblor en las patas delanteras. Después llevó a
cabo su quinta operación de carga. El palito quedó horizontal, aunque algo
oblicuo con respecto al cuerpo de la hormiga. Esta hizo un movimiento brusco y
entonces la carga quedó mejor acomodada. A medio metro estaba el zócalo. La
hormiga avanzó en la antigua dirección, que en ese espacio casualmente se
correspondía con la veta. Ahora el paso era rápido, y el palito no parecía
correr el menor riesgo de derrumbe. A dos centímetros de su meta, la hormiga se
detuvo, de nuevo alertada. Entonces, de lo alto apareció un pulgar, un ancho
dedo humano y concienzudamente aplastó carga y hormiga.
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